Por Gustavo Bartolomé

 Una Sociedad es una construcción permanente que se va dando entre un grupo de individuos, que ha delegado en otros la constitución a que se obligan para que la misma sea lo más orgánica posible.

Ahora bien, cada sociedad tiene sus características predominantes que seguramente están dadas por la memoria de sus raíces, su geografía, ubicación en el mundo y un montón de etcéteras más.

En esta construcción lo ideal es que la sociedad se vaya perfeccionando aprendiendo de sus errores y buscando el apoyo en los valores que es una forma de no errar el camino.

Pero como no estamos solos en el planeta no dependemos solo de nuestras intenciones, juegan también un rol fundamental el resto de los países y como nos tienen en cuenta, máxime las potencias si nosotros tenemos bienes que ellas apetezcan.

Es ahí que como pueblo o sociedad debemos fortalecer nuestra  formación en valores para que las intervenciones extranjeras nos encuentre con las defensas altas y además nos permita tener en claro nuestro camino.

Pero, lamentablemente nuestra dirigencia (entendiendo esto no solo la clase política, sino las burguesías industrial y rural) tiene mas en claro la búsqueda del enriquecimiento fácil y rápido aunque sea entregando nuestras riquezas y el producto del esfuerzo de cada argentino en la procura de dicho objetivo.

Y las consecuencias no son solo económicas, sino mucho mas trágicas. Pues comienza el sálvese quien pueda y todos sabemos que la necesidad invita al delito, que la pobreza destruye hogares encendiendo la hoguera de la violencia en particular la intrafamiliar donde mayormente son las mujeres y los niños quienes la padecen y así se va formando un caldo social de resentimiento que apoya su frustración en el alcohol y las drogas creando un espiral decadente que se manifiesta en las noticias morbosas de los noticiero (y deben ser morbosas para atrapar la atención, por lo tanto más fuertes que la realidad cotidiana de cada uno).

Y del otro lado, porque hay otro lado, se aíslan ya sea en barrios cerrados, con alambrados olímpicos y en la parte superior de púas más el eléctrico (recordando los campos de concentración pero al revés) o en grupos que marcan diferencias de clase haciéndose fuertes para ello, seguramente incentivados (consciente o inconscientemente) por sus padres para poner distancia contra lo distinto, contra todo lo que no pertenece a su esfera social, económica y cultural.

Y ese odio va carcomiendo los soportes de la sociedad hasta que comienza a enviar señales, algunas veces débiles tal como peleas entre “los del centro”, contra “los del barrio” hasta que esas señales se cristalizan en un odio absoluto e irracional que acaba con el bien más preciado que una sociedad debe cuidar. La Vida.

Días atrás el monstruo se hizo visible en su peor expresión cuando un grupo de jóvenes decidió terminar con la vida de otro porque era distinto, lo hicieron sin remordimiento, en manada, sin demostrar arrepentimiento, celebrando en un lugar de comidas rápidas (de origen estadounidense) que casualmente  también da pertenencia a ese otro sector social.

Nada es casual, hoy tienen miedo pero el miedo es a tener que juntarse con quienes les enseñaron que no debían hacerlo. Y deberán compartir lugares y costumbres miserables en un pequeño inframundo como lo es la cárcel.

La Sociedad sensible saludablemente se manifestó su desaprobación y castigo para los responsables, pero la solución a esto no es de corto plazo, es un largo proceso.

Seguramente más de uno de los diez u once estarán cuestionando a sus familias por qué si cumplieron el mandato de insensibilidad y odio de clase, deben pagarlo con cárcel…