– La tarea que nunca deja conforme a todo el mundo

Ser periodista o trabajador de prensa, no es una tarea sencilla. Quien elige este camino sabe que pisa un terreno en el que la gratitud rara vez florece. Informar, contar lo que pasa, dar voz a quienes no la tienen o simplemente describir los hechos tal cual son… parece, muchas veces, un acto de valentía que se paga caro.

Porque en este oficio, digas lo que digas, alguien siempre va a sentirse molesto. Si contás una verdad incómoda, te acusan de tener intereses. Si denunciás una injusticia, te señalan de parcial. Si mostrás los dos lados de la historia, te reprochan tibieza. Y si callás —aunque sea por prudencia o falta de pruebas—, te llaman cómplice.

El periodismo vive en esa delgada línea entre la credibilidad y la desconfianza, entre el compromiso con la verdad y la sospecha permanente. Es un trabajo donde los errores se magnifican y los aciertos rara vez se reconocen. Pero aun así, hay quienes siguen apostando por este oficio, convencidos de que informar con honestidad es una forma de servicio público, una contribución al derecho más esencial de una sociedad libre: el de saber.

Decir la verdad no siempre trae aplausos. A veces trae críticas, soledad y cansancio. Pero también deja la conciencia tranquila. Y en un tiempo donde abundan los rumores y las versiones, quizás eso sea lo más valioso que puede tener un periodista: la certeza de haber hecho lo correcto, aunque pocos lo comprendan.