La Argentina que sigue viajando en un pavimento del pasado
- Caputo anunció que la Ruta Nacional 5 será finalmente transformada en autovía. Una obra prometida por todos los gobiernos desde Menem y siempre postergada.
En la Argentina, salir a la ruta sigue siendo, en muchos casos, una ruleta. Los accidentes se acumulan, las víctimas también, y las rutas -esas cintas de asfalto que alguna vez fueron símbolo de progreso- hoy parecen más un recordatorio de la postergación crónica de la infraestructura nacional.

Las rutas cercanas a Chivilcoy no son la excepción: la 5, la 30, la 51… nombres que para los viajeros habituales ya no son sólo números, sino sinónimos de pozos, banquinas comidas, sobrepasos imposibles y camiones que serpentean por carriles angostos pensados para otro país, el de hace medio siglo.
Porque sí: nuestras rutas fueron diseñadas hace más de cincuenta años, cuando los autos eran más chicos y mucho menos numerosos, los camiones eran más lentos, más angostos, y el tránsito pesado era una rareza fuera de las grandes urbes. Hoy, en cambio, miles de vehículos las transitan a diario en un flujo que cuadruplica lo que aquellas obras podían soportar. Y el resultado se ve: rutas colapsadas, peligrosas, sin mantenimiento y sin horizonte de transformación real.
Promesas que se repiten
En este contexto, el ministro Luis Caputo anunció que la Ruta Nacional 5 será finalmente transformada en autopista. Una noticia que, sobre el papel, debería traer alivio. Pero hay un detalle: muchos ya la escuchamos antes. Desde hace más de tres décadas, los anuncios sobre la “autovía de la 5” van y vienen con cada gobierno. En todos los casos, se repiten los mismos elementos: conferencias de prensa, carteles en la banquina, licitaciones que se demoran, obras que se inician y se abandonan, y finalmente, el silencio del tiempo que todo lo cubre de yuyos.
A esta altura, quienes vivimos en la zona sabemos que creer cuesta. “Me gustaría creerle a Caputo”, podría decir cualquiera que haya viajado cada semana a Buenos Aires o a 9 de Julio y haya visto el mismo panorama durante décadas. “Desde la mitad de mi vida vengo escuchando lo mismo -dice un vecino de Chivilcoy-. Tengo más de 60 y no estoy convencido. Los políticos, cuando comienzan sus carreras, la eligen; después son superados por las realidades”.
Un país que avanza a 60 por hora
Mientras tanto, la estadística no perdona. Según informes viales recientes, Argentina tiene una de las redes de rutas nacionales más extensas de Sudamérica, pero con un nivel de modernización y mantenimiento muy por debajo del promedio regional. La mayoría de las trazas principales —como la 3, la 5, la 7, la 8 y la 9— fueron concebidas en los años 60 y 70, y aunque algunas se transformaron en autopistas o semiautopistas, los tramos intermedios siguen siendo trampas mortales.
La Ruta 5, en particular, une a miles de bonaerenses con la Capital Federal y el interior profundo del oeste provincial. Es clave para el transporte agroindustrial y comercial, pero también es escenario habitual de siniestros fatales. “Las rutas no están preparadas para el presente”, señalan desde asociaciones de transporte. “El parque automotor creció exponencialmente, pero la infraestructura sigue siendo la misma de hace medio siglo”.
La infraestructura, una deuda que envejece con nosotros
Quizás el problema no sea solo de asfalto, sino de prioridades. En un país que vive prometiendo el futuro, las rutas parecen ancladas en un pasado que ya ni siquiera guarda nostalgia: simplemente, se volvió peligroso. La Ruta 5 debería ser una autopista hace rato. Lo mismo la 7, la 8, la 3, la 11. Cada una tiene su historia de licitaciones frustradas y parches de campaña.
Y así seguimos, viajando con las luces largas encendidas no sólo para ver el camino, sino para vislumbrar si, alguna vez, el desarrollo llega por la ruta y no por los discursos.
Porque si algo aprendimos los que ya pasamos los sesenta —y llevamos media vida esperando esa autopista prometida— es que la fe en los anuncios oficiales no alcanza para tapar los pozos del asfalto.
Habrá que ver si esta vez es distinto, si de verdad la Ruta 5 deja de ser un proyecto y se convierte en lo que debería haber sido desde hace décadas: un corredor seguro, moderno, digno de un país que todavía sueña con moverse hacia adelante sin jugarse la vida en cada viaje.





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