Encontrar trabajo en la Argentina se ha vuelto una tarea difícil para casi todos, pero hay dos edades en las que la búsqueda parece chocar siempre contra un muro: a los 18 y después de los 40. Una paradoja que desnuda un problema estructural del mercado laboral: la exclusión por edad.

A los 18, muchos jóvenes terminan la escuela con ganas de empezar a trabajar, pero el sistema les responde con una frase lapidaria: “Se busca con experiencia”. ¿Cómo se consigue experiencia si nadie da la primera oportunidad? En ese círculo vicioso, miles de chicos y chicas terminan aceptando empleos informales, mal pagos o directamente abandonando la búsqueda.

Del otro lado están quienes superan los 40, con años de trayectoria, conocimientos y responsabilidades. Sin embargo, en muchos avisos laborales leen otra frase igualmente cruel: “Hasta 35 años”. De repente, la experiencia que antes era un valor se transforma en una desventaja. Las empresas priorizan la juventud, la disponibilidad total o la adaptación a nuevos entornos digitales, dejando afuera a quienes ya demostraron sobradamente su capacidad.

La contradicción es evidente: cuando sos joven, te falta experiencia; cuando sos grande, te sobra. En el medio, un mercado que no siempre valora lo humano, lo aprendido, ni las ganas de crecer.

La verdadera inclusión laboral debería reconocer que tanto la energía de los jóvenes como la experiencia de los adultos son complementarias, no excluyentes. Pero mientras esa mirada no cambie, seguirán repitiéndose las historias de quienes no pueden trabajar… ni por ser nuevos, ni por haber vivido demasiado.