La quiebra de La Suipachense es mucho más que la caída de una empresa
- Porque cuando una fábrica cierra, no se apagan solo las máquinas, se apaga una parte del futuro de la comunidad.
La quiebra de La Suipachense, la histórica planta láctea de Suipacha, es mucho más que la caída de una empresa. Es el final de un proyecto colectivo, el golpe a una economía regional que giraba en torno al trabajo, y la herida abierta de 140 familias que hoy se quedan sin sustento, en un contexto donde las oportunidades escasean.

Durante años, esta empresa no sólo fue fuente de empleo directo, también sostuvo a productores tamberos, transportistas, comercios locales y pequeños proveedores de la zona.
Su cierre arrastra un entramado que va mucho más allá de los portones de la fábrica. En los pueblos del interior, una industria de este tipo suele representar el corazón económico del distrito; cuando deja de latir, el pulso de toda la comunidad se debilita.
El caso de La Suipachense refleja con crudeza cómo la crisis económica y la falta de políticas sostenidas para la producción nacional terminan golpeando a quienes menos margen tiene para resistir. La salida de la firma venezolana Maralac, dejando deudas impagas y una planta paralizada, fue el preludio de un desenlace anunciado, una empresa que pasó a manos de sus trabajadores, que pelearon por mantenerla viva, pero que se vio ahogada por la falta de recursos, financiamiento y acompañamiento estatal.
La Justicia decretó la quiebra y la liquidación de los bienes, pero detrás de los expedientes hay rostros, historias y una identidad productiva que se desmorona. No se trata sólo de balances y cheques rechazados, sino de la pérdida de un símbolo local, de la certeza de que, una vez más, el interior profundo paga los costos de un modelo económico que no logra proteger a su industria ni a su gente.
Porque cuando una fábrica cierra, no se apagan solo las máquinas, se apaga una parte del futuro de la comunidad.





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